El hombre avanzó por el encharcado terreno a grandes zancadas. Por la expresión de su cara se podía percibir fácilmente el nerviosismo que lo asolaba, pero ni la mitad de la tortura mental que sufría interiormente.
Hacía frío y la fina chaqueta de punto que vestía no lo protegía en absoluto de las bajas temperaturas.
Ascendió por una colina, aumentando el ritmo de sus pulsaciones coordinadamente respecto a la subida de la velocidad de sus pasos. Cuando por fin divisó la pequeña casa, respiró tranquilo... había llegado...
Abrió la puerta, oyendo ese lento crujir, molesto, irritante, chirriante... malditas bisagras... maldita madera vieja... maldita puerta...maldita casa... Entró en en el pequeño salón, lo observo, lleno de telarañas y polvo, arrastró los pies por el suelo de madera, crujía también, los ruidos le molestaban, frunció el ceño.
Bajo la única ventana de la estancia, la luz atravesaba el sucio cristal, la tenue luz de la luna, dejando entrever un amasijo de luces y sombras bajo esta, era ella, después de tanto tiempo, volvía a verla.
- Hola -Susurró el arrodillándose a su lado, acariciando su rostro, pálido, frió-Ya no habrá más gritos. Los he hecho callar... pero volverán...
-Siempre vuelven -La voz de ella, un suave susurro, casi inaudible
-Muy bien, mi niña. Hemos hecho lo que desviamos. Ahora duérmete
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